jueves, 11 de febrero de 2016

Camille.

Camille se fue de mi casa dos horas después de lo ocurrido. No estaba orgulloso de lo que pasó, había logrado avanzar mucho el último tiempo y se arruinó todo en segundos. Cuando era un niño tenía una vecina de mi edad, la pequeña se llamaba Camille Darren, fuimos los mejores amigos durante 5 años. Al entrar a la secundaria, Camille sufrió un accidente y perdió toda la memoria. A los meses del accidente, un hombre abuso de ella, no sexualmente pero si física y psicológicamente. De ahí ella solo confía en su familia y se me ha hecho imposible acercarme a ella.

Ruth y Cristian llegaron a casa y se sorprendieron que hubiera hecho la cena. Yo cocinaba solo cuando estaba fines de semanas enteros en casa, sin ellos. Comimos y subí a mi cuarto, lo miré y me encontré realmente a gusto ahí; la pared era de un color gris oscuro, la cama estaba con un cobertor negro, tenía cortinas azules en las ventanas, las cuales daban a un balcón un poco pequeño pero que hacía de mis días de lluvia algo mucho más agradable. Tenía un sillón al lado de mis instrumentos de música. Al lado de la cama tenía un escritorio, en el cual tenía un computador y una radio. Arriba de él, había un estante grande que estaba repleto de libros. La pared que estaba detrás de la cama, tenía colgados en ella muchos cuadros. Dos de ellos estaban hechos por Camille. En una venta de garaje ella vendió sus pinturas; en una de ellas había un cuervo mirando debajo de la rama a un pajarito, del cuervo se desprendían muchos colores, que habían empezado a salir de sus alas. Y el otro cuadro era un árbol deshojado y de colores lúgubres que apenas le llegaba la luz del sol. Me dormí muy tarde, no podía conciliar el sueño pensando en lo ocurrido con Camille.

En la mañana del día siguiente no quería absolutamente nada, pretendía quedarme acostado todo el día. ¿Cómo vería a Camille con los mismos ojos?, ¿Le podría hablar normalmente? O ¿Podría siquiera soportar verla y no dirigirle la palabra? Tocaron la puerta de mi habitación, era Ruth.

-Está listo el desayuno, con tu Papá vamos a ir a un viaje de negocios, si necesitas algo llámanos, los números de emergencia están en la neve...

-Mamá tranquila, sé que hacer –la miré y luego aparté la vista-. No es la primera vez que me quedo sólo, además no será la última.

-Está bien, solo te pido que te cuides y a la casa también. Duerme temprano, cepilla tus dientes, come y recuerda que puedes llamarme.

-De acuerdo, cuídense.

Me levanté e hice caso omiso a mis pensamientos de no ir a la secundaria. Debía al menos ver a Camille. Si se encontraba bien, o si necesitaba cualquier cosa. Fui a la ducha, y deje que el agua se llevara todos los malos pensamientos. Todo estaría bien, ¿cierto? Eso quiero creer.

Llegue a la escuela y todo estaba en orden, era un día normal después de todo. Martes por la mañana siempre era así, como si a los alumnos les entrara algo similar a una fiebre. Todos callados por los pasillos, vagando y casi sin charlar. Entré a la clase y fui hacía donde estaba Benjamín.

-¿Has visto quien anda por los pasillos con Martin Haggard?- pregunta Ben, con un tono de celos en su voz.

-¿Te refieres a ese chico de cuarto año, que tiene siempre puesto un pañuelo en sus pantalones? –me río-. La verdad es que me imagino, que con él, se encuentra Emily… O quizás me equivoco, no lo sé.

-Ella. Se olvidó que hace una semana aún andábamos juntos –cierra los puños encima de sus rodillas-. Nada de respeto hacia la relación que teníamos.

-Tranquilo, tú sabes que esto pasaría en algún momento- Le doy unas palmaditas de consuelo en la espalda-. Él fue el motivo de que ustedes dos ya no estén juntos, Ben.

-Solo quería que tuviera algo de corazón Dylan, solo quería al menos saber que –hace una pausa y solloza un poco-. Que aún me quería.

Lo abrazo y comienzo a subirle el ánimo hasta que llegó el profesor. En ningún momento vi entrar a Camille. Y ahí empiezan mis interrogantes. Jamás falta a una clase del profesor Willy, jamás.

Las clases pasaron muy rápido, y en todo el día no se supo nada acerca de Camille. Es cierto que tengo su número móvil, pero no puedo mandarle mensaje alguno. Le es extraño ese tipo de contacto. No sabía qué hacer. Le pregunté a Maggie, la joven que veo que le habla en los recesos. Pero su respuesta fue negativa, no sabía dónde se hallaba. Le pedí que la llamara, y me respondió que me mantendría informado.

Llegue a mi casa y sólo pude pensar en Camille. Últimamente lo hacía bastante, y la verdad es que me gustaba sentir eso. Sentir al pensar en alguien tanta paz y euforia al mismo tiempo. Si es que lo podía llamar así, ya que hace mucho se sabía distinto. Como si fuera pasión, amor, paz, desorden, discordia, armonía y tranquilidad en una sola cosa. Camille era todo eso. Me hacía sentir todo eso. Algo que cuando niños no quise aceptar, y que ahora de mayor… Solo me queda lamentar.

Fui a ver algo de comer a la cocina, y en el pasillo de la entrada, vi que debajo de la puerta había una carta. Me aproximé donde se encontraba y la tomé. Era de ella. Salí corriendo a ver si aún se encontraba cerca. Pero ya se había ido.

     “Dylan:
            Sé que no nos conocemos muy bien, ni mucho menos ser grandes amigos. Pero me encantaría saber tu disponibilidad de tiempo para poder salir. Claro, a terminar el trabajo. El día de ayer, no tuvimos el tiempo suficiente para terminarlo, y me preocupa Biología. Me es una prioridad. Lo siento si te incomodé ayer, no fue mi intención. Si gustas puedes venir a mi casa, aquí debajo dejaré mi dirección y mi numero móvil para que nos contactemos. No me gustan mucho estos aparatos tecnológicos, pero si necesitas algo, solo llama. Y por cierto, aquí tengo los materiales suficientes para terminar el pedido de la profesora Marcel. 

Pd: Me encantaría, si no es mucho pedir; que por favor me prestes los apuntes de la clase de hoy. Tuve una negligencia de la cual preocuparme y no pude asistir a clases.

               Se despide atentamente Camille Darren.

Mañana la llamaría y le preguntaría que día le acomodaba más para terminar el trabajo. No era una carta precisamente muy larga. Pero me agradaba la idea de que no le hubiera pasado nada. Y de que se hubiera preocupado lo suficiente como para mandar una carta. Era simplemente ella. Y nadie más que ella.

Salí a dejar el currículo al supermercado que necesitaba gente, me atendió una anciana muy simpática, de unos setenta años de edad. Luego de haber terminado ese trámite, me dispuse a caminar hasta donde me llevaran mis pies. Muchas veces lo hacía, caminar sin rumbo alguno y conocer lugares nuevos en esta ciudad tan grande. LLegué a una plaza que estaba rodeada de edificios grandes y de pocos arboles. No me gustaba la idea de tener que observar solamente edificios, pero tenía mis audífonos y eso serviría. Me senté en una banca debajo de un manzano y cerré los ojos para disfrutar de la música.

El atardecer estaba hermoso. No soy de las personas que toman fotos a cada cosa que ven, pero si tuviera una buena cámara en este momento, la aprovecharía para mantener en el tiempo este precioso cuadro. Eran una gama de colores inimaginables; desde rojo, pasando por violeta, hasta llegar al celeste. Las nubes eran muy escasas debajo del sol, pero estaban llenas de color y vida.

Una niña de vestido blanco, con pelo color plateado, estaba columpiándose casi al frente mío. Tendría aproximadamente unos nueve años. Estaba tarareando una melodía muy armoniosa, hipnotizante. Me quedó mirando y con su pequeña mano comenzó a llamarme. Moviendola hacia ella, atrayéndome. Me paré y me acerqué donde se encontraba, quedando a unos centímetros de ella. Se sonrió y se levantó de su asiento, caminando hacia atrás. Evaporándose en el aire, dejando solo una estela de su rastro.

Continuará.

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